Cuando las personas imaginan a una monja católica, imaginan a una mujer con un vestido, tal vez enseñando, rezando tranquilamente en una capilla o cuidando a los enfermos. Pocos imaginan a una monja en un tribunal, vestida con ropas profesionales, de pie ante un juez, que se presenta no solo como “Abogada Inmaculada Muthoni”, sino como “Hermana Inmaculada”.