Se perdió “en el mundo” y abortó, pero luego encontró a Dios: Hoy dio su testimonio en la JMJ

, 04 Ago. 23 (ACI Prensa).-
En la fiesta de la acogida a los cientos de miles de jóvenes que hacen arder de amor y fe las calles de Lisboa esta semana, el Papa Francisco les recordó a todos: “Ninguno de nosotros es cristiano por casualidad. ¡Todos fuimos llamados por nuestros nombres!”, porque “somos amados. ¡Qué lindo!”. Ello sin duda ha tocado a muchos corazones, también el de los tres jóvenes que este viernes han ofrecido su testimonio en las estaciones del Vía Crucis en las que se ha meditado en las tres caídas de Jesús.

“Me crie lejos de la Iglesia pese a estar bautizada y haber hecho la Comunión. Y a medida que crecí, me fui perdiendo en el mundo. Con poco más de 18 años vivía como casada sin estarlo y tenía una relación muy dependiente que iba de mal en peor. Con 24 años, después de terminar de estudiar arquitectura, tuve un accidente que lesionó mi médula y empecé a vivir en una silla de ruedas”, relató Esther, una española de 34 años que compartió su experiencia antes y después de encontrarse con Dios, a quien cariñosamente llama “Padre del Cielo”.

Estar en silla de ruedas fue una experiencia compleja, que la sacó del ambiente en el que estaba y le cambió la mirada sobre su propia vida, haciéndole entender que no lo estaba haciendo bien, que tal vez se estaba perdiendo de lo mejor.

“Me preocupaba mucho por el futuro, intentando huir del sufrimiento. Y todo lo intentaba conseguir sola. Y es que no conocía a mi Padre en el Cielo, y no le conocería hasta años más tarde”.

Poco a poco fue mejorando, se aficionó al deporte, encontró un trabajo soñado y conoció a Nacho, su “mejor regalo”, quien luego sería su esposo. Por creer las cosas que les decía el mundo y al verse embarazada, decidieron abortar, algo que simplemente la devastó.

“Después de aquello, me quedé muy triste y sin ver sentido a nada. Nunca había sentido tanto vacío. Algo había muerto dentro de mí”, confiesa llena de dolor.

El encuentro con Dios

“Pero el Señor en su infinita misericordia salió en mi busca. Unos meses después sentí un amor tan grande, tan grande y tan inexplicable, que empezó a despertar mi conciencia. Y me confesé, por primera vez en mi vida, con un arrepentimiento profundo por tanto que había hecho sufrir a ese Padre que tanto me amaba”, continuó.

Tras volver a la Iglesia, Dios le regaló un nuevo embarazo, que esta vez sí acogió, fruto del cual nació su “preciosa Elizabeth”, a quien quiere “con locura”.

“También surgieron nuevos problemas. Yo estaba cambiando y Nacho no entendía nada. Conocí los Cof, centros de orientación familiar, donde te ayudan en las dificultades. Allí nos ayudaron a mejorar nuestra comunicación. Nacho se animó a ir a un retiro y cuando volvió, mejoró más nuestra relación”.

Con toda esa experiencia de fe y amor renovados, con los cimientos más sólidos, decidieron finalmente casarse por la Iglesia para recibir la bendición de Dios. Eso, un día “maravilloso”, ocurrió el 7 de mayo de 2022, “sabiendo que el Señor estará cada día con nosotros para enseñarnos a amarnos”, aseguró.

Para terminar, Esther reconoce con humildad que aún hay problemas, pero con la conciencia de que hay un sentido en todo y que Dios está ahí para ella y su familia: “Él nos lleva de la mano, incluso en brazos cuando lo necesitamos”.

“Los que más sufren son los que no se sienten acogidos”

En la séptima estación del multitudinario Vía Crucis, cuando se medita en la segunda caída de Jesús, fue João, joven portugués de 23 años, quien compartió su difícil experiencia durante la pandemia, especialmente en lo referente a la salud mental.

En esos años terminaba la universidad y siempre tenía el “fantasma de contagiar a algún familiar”, ya que necesitaba salir de casa. Un día le tocó ir al doctor, pero no por un problema que fuera sólo físico.

“Es difícil reconocer nuestra fragilidad, pedir ayuda y darnos cuenta de que no somos autosuficientes; tememos ser una carga y encontrar el rechazo”, comentó.

El tiempo de la pandemia le sirvió para escucharse a sí mismo, tratar de averiguar qué había de malo en él, para aceptarse, para meditar la fe, pero también para descubrir que aún vive un doloroso “aislamiento silencioso, un aislamiento emocional, que las máscaras no han podido acallar”.

“Normalmente los que más sufren son los que no se sienten acogidos”, expresó, pero animó a acoger con los brazos abiertos a todos, inspirados por el testimonio de la Virgen María, para “superar todo aislamiento y todo individualismo”.

“Mis padres pasaron por un divorcio horrible y mi mundo se salió de control”

Caleb tiene 29 años, es de Estados Unidos y compartió que sus años más jóvenes los recuerda con profundo dolor, pero, curiosamente, también con una gran alegría.

“Soy una de las ovejas perdidas que Jesús vino a buscar corriendo. Crecí en un hogar muy quebrado con un padre que no se daba cuenta de su valor o identidad en Cristo y estaba severamente roto. Como resultado de sus heridas, él hirió a otros”, contó Caleb en su emotivo testimonio en la novena estación, cuando Jesús cae por tercera vez.

Sin embargo, en esos años de dolor, y tal vez sin ser del todo consciente de ello, como él mismo reconoce, Jesús estaba siempre a su lado, acompañándolo. Pero el divorcio de sus padres fue un verdadero terremoto que lo remeció todo.

“Al acercarse mi graduación de la escuela secundaria, mis padres pasaron por un divorcio horrible y mi mundo se salió de control. Me hundí profundamente en la depresión, luché con autolesiones, me convertí en drogadicto y tuve el deseo de acabar con mi vida. Dejé que mi dolor me llevara a abrazar mis deseos egoístas”.

“Él es el único que verdaderamente me ha saciado”

Pese a todo, y cuando nada parecía tener sentido, el Señor le permitió conocer a la mujer que se convertiría después en su esposa.

“Encontré una razón para vivir y un deseo de crecer en mi fe. Yo quería la pasión que ella tenía por Jesús, pero, luchando contra los fantasmas de mi pasado, siempre me parecía inalcanzable”.

Tiempo después se separó de ella y fue en un sitio inusual, una tienda de tatuajes, donde pudo ver “el dolor de los olvidados por la sociedad, y fue allí donde realmente vi a Jesús por lo que Él era”.

Luego de recibir la gracia inmerecida de volver con su entonces novia, se casó con ella, se involucraron con la Iglesia y les encargaron formar rectamente en la fe a los jóvenes.

Reconociendo que sabía poco de ella porque había sido criado en varias tradiciones cristianas, comenzó a investigar sobre la Iglesia primitiva. Fue un pasaje bíblico, el capítulo 6 del Evangelio de San Juan sobre la Eucaristía, el que le marcó un rumbo definitivo con la fe católica.

“Mientras reflexiono, me he dado cuenta de que la herida de mi padre que he tenido me ha causado una crisis de identidad, pero después de abrazar la identidad que mi Padre Celestial me ha dado, las heridas que he tenido finalmente han empezado a sanar. Estar unido plenamente a Jesús en la Eucaristía es lo que ha traído sanación a mi alma”.

Para terminar, Caleb subrayó algo que aprendió, con sufrimiento, con dolor, pero también con gozo, durante todo su itinerario de vida: “Después de probar todo lo que este mundo tiene que ofrecer, Él es el único que verdaderamente me ha saciado”.

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