San Pedro Damián

El 21 de febrero recordamos a la figura de San Pedro Damián, doctor de la Iglesia. Un santo cuya historia está especialmente vinculada por un gusto y un apoyo por la vida contemplativa.

Nació en Rávena en el año 1007. Al quedar huérfano de padre, fue su hermano mayor Damiano el que se ocupó de él. Tanto se ocupó de su formación y tan bien lo hizo su hermano, que Pedro acabó tomando el apelativo de “Damián”.

Desde joven destaca su querencia por la vida ascética y en el 1035 le vemos haciendo vida de anacoreta con otros ermitaños en Fonte Avellana, a pesar de su vida prometedora como profesor de universidad. Allí vivió con severa austeridad, en una celdas separada, consagrado con sus hermanos a la oración y la lectura espiritual. Empezó siendo extremado con las penitencias y ayunos corporales, hasta el punto de que no podía dormir. Terminó comprendiendo que la mejor penitencia es tener paciencia con las penas que Dios permite que nos lleguen, además de dedicarse a cumplir rigurosamente los deberes de cada día.

Se opuso de inicio, pero tuvo que aceptar el ser nombrado abad a sus 36 años. Allí se convirtió en un verdadero director de almas, además de fundador de otras cinco comunidades de ermitaños. Su cuidado por fomentar ese espíritu de caridad, retiro y humildad ayudó a que naciesen. a su amparo, otros grandes santos como Santo Domingo Loricato y San Juan de Lodi.

Los Papas se valieron de él en varias ocasiones, hasta el punto de nombrarle cardenal de la ciudad de Ostia, algo que repugnaba verdaderamente a Damián, que le suplicó varias veces al Papa Alejandro II que le dejase volver a su vida eremítica. Mediante cartas, exhortó a los Papas contra la simonía, que consistía en la compra de cargos eclesiásticos y que se había convertido en una práctica común en la época.

Su estilo de escritura era vehemente. Luchó mucho por la disciplina de las órdenes monásticas. «Si nosotros, por negligencia, dejamos caer en desuso las reglas, las generaciones futuras no podrán volver a la primitiva observancia.

Guardémonos de incurrir en semejante culpa y transmitamos fielmente a nuestros sucesores el legado de nuestros predecesores», decía.

Logró dejar de ser cardenal de Ostia y pudo entregarse la mayor parte de su tiempo a la vida contemplativa de Fonte Avellana. Tras prestar el último de sus servicios a la Iglesia en Roma, este benedictino murió el 22 de febrero de 1072, después de verse atacado por una intensa fiebre, con sus hermanos rezando a su alrededor mientras expiraba su último aliento. Fue declarado doctor de la Iglesia en 1828.

 

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