Homilía de Mons. José María Gil Tamayo, arzobispo de Granada, en la Eucaristía de la fiesta de la Natividad del Señor, el 25 de diciembre de 2025, celebrada en la Catedral.
Queridos hermanos sacerdotes y querido diácono;
queridos hermanos y hermanas en el Señor:
Os reitero mi felicitación navideña. Una feliz y santa Navidad. Un feliz día de Navidad, este día grande que nos ha embarcado el pregón con el que hemos comenzado esta celebración de la Eucaristía, poniéndonos en las coordenadas del tiempo el nacimiento de nuestro Señor Jesucristo, y al mismo tiempo haciéndose realidad esa espera que hemos ido acompasando con la liturgia y la Palabra de Dios y que se ha visibilizado en la Corona de Adviento en cada uno de los domingos de cuenta atrás hasta llegar al Misterio que contemplamos.
Este punto central en la historia de la humanidad es la historia de la Salvación. Los profetas nos han ido trayendo ese eco y esa animación a la esperanza. En una humanidad caída en el pecado, en una humanidad que ha experimentado a lo largo de la historia las consecuencias del mal, el Señor no se olvidó de nuestra raza; el Señor nos olvidó del ser humano, sino, al contrario, ya desde los comienzos, como nos relata el libro del Génesis, va anunciando esa salvación de manera progresiva en la historia de los pueblos, en la historia de la humanidad, especialmente por mediación del pueblo escogido, del pueblo de Israel, por mediación de Abraham, en cuya fe hemos nacido todos, desde los patriarcas, los profetas, hasta llegar a nuestro Señor Jesucristo, descendiente de David. Es esa historia maravillosa que tiene como centro este día y que a su vez ha hecho que la humanidad cuente un antes y un después de Cristo.
Pero, no podemos dejar, queridos amigos, que Jesucristo se nos pierda en la noche de los tiempos como un personaje que va difuminando la historia. No podemos quedarnos simplemente con la admiración de un personaje ilustre de la humanidad y benefactor que ha dejado una doctrina maravillosa, sino mucho más: es el Hijo de Dios hecho hombre. Esta es la fe que proclamamos. Esto es lo que la Carta a los hebreos, escrita para cristianos en medio de persecución, nos ha dicho que Dios, después de hablar de manera diferente a lo largo, antiguamente, por medio de los profetas, en esta etapa final nos ha hablado por su Hijo Jesucristo. Él es el Verbo de Dios. Él es la Palabra de Dios hecha carne.
Y esta realidad, esta identidad de Cristo que nos ha presentado la Carta a los hebreos y que después el texto del prólogo del Evangelio de San Juan, el Evangelio del Teólogo, del discípulo predilecto de Cristo, que nos da la lectura teológica de lo que el resto de los evangelistas, los Sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas), especialmente, nos muestran el nacimiento de Jesús, en esa historia también concreta, con unas coordenadas, en un momento: Dios se ha hecho hombre. Dios se ha hecho hombre en Jesús, el Hijo de Dios, el Hijo de María. Y esto cambia la historia. Esto ha cambiado la humanidad. Esto, por una parte, y hace que nos alegremos de manera especial, porque es el comienzo de la salvación que llega a su plenitud en la entrega, en el Misterio Pascual, en la pasión, muerte y Resurrección, y que llegará en esa explosión gloriosa al final de los tiempos con el reinado total de Cristo sobre el mundo al final de la historia.
Y en esa historia, en ese devenir de los años, de los siglos, de los milenios, ahí estamos nosotros. Ahí está la humanidad querida por Dios. Nuestro Dios no es un Dios lejano que se olvida de los seres humanos una vez que ha puesto en marcha el mundo. Nuestro mundo, a pesar de las disfunciones, a pesar de las guerras, a pesar de la violencia, a pesar de las injusticias manifiestas y que experimentamos; y si abrimos los ojos, la Navidad es un momento especial para abrir el corazón a los más necesitados, a los más desvalidos, a los que más sufren, pero no para cerrarlo el día siguiente a la fiesta de Reyes, sino para mantener vivo ese espíritu del amor con que Dios ama a su pueblo, con que Cristo los ha amado hasta el extremo.
Este es el gran acontecimiento que celebramos. Tenemos solución. Nos ha venido la salvación. El Verbo de Dios se ha hecho carne, se ha hecho uno de nosotros, comparte nuestra existencia, sabe de nuestros dolores, de nuestros sufrimientos, de nuestras angustias. Nuestro Dios no es un Dios lejano. Es un Dios que acompaña a la historia humana y que en su Hijo Jesucristo se nos ha hecho tan cercano que se ha hecho uno de nosotros igual a nosotros excepto en el pecado.
Luego, queridos amigos, no tenemos a Dios lejos. El Señor realmente está con nosotros y está en cada acontecimiento, en cada persona donde Jesús nos ha dicho que Él estará con nosotros hasta el final de los tiempos. Pues, vamos a revivir esto en esta Navidad de manera especial, en el encuentro familiar, en la acogida y en los deseos de paz, en este mundo nuestro, en medio del trabajo, en medio de nuestra vida, que cambia, porque nos ha cambiado la vida al nacer el Hijo de Dios.
Y Él se ha constituido en el modelo, en el camino nos dice; en la verdad y en la vida, nos dice él mismo en el Evangelio de Juan. En el camino por el que avanzar y, como dice san Agustín, ser al mismo tiempo la meta a la que nos dirigimos. En la verdad, que da razón y es la respuesta definitiva a las preguntas del hombre, que es un ser que va indagando y preguntándose en la historia el sentido del vivir. Cristo es la respuesta. Como dice el Concilio, “le dice al hombre lo que debe ser el hombre”. Él es la vocación suprema.
Luego, Cristo es nuestro Salvador, nuestro modelo, nuestro amigo, nuestro Dios. Nos ha hecho cercano el amor misericordioso de Dios. Nuestro Dios no es un Dios temible, no es un Dios “metemiedo”, no es un Dios lejano. Es el Dios cercano que en su Hijo Jesucristo nos ha mostrado el amor con que nos ama, con que nos acoge, con que nos perdona, con que nos invita a esa plenitud porque Jesús es la vida, la vida que nos hace salir de nuestras muertes, de nuestros desvalimientos y es quien nos da esperanza en una plenitud a la que estamos llamados, Él que es el Alfa y la Omega, el Cristo total al que nos encaminamos.
Luego, queridos amigos, ¿cómo no vamos a estar de fiesta? Este es el sentido profundo de esta festividad, de estas fiestas de la Natividad del Señor. Por eso, qué bien lo recoge la liturgia cuando -nos dice (y hoy se repetirá en todas las celebraciones litúrgicas del mundo-), le hemos pedido “¡oh, Dios!, que creaste de modo admirable al ser humano y lo has restaurado de forma más admirable, concédenos a los que confiamos con fe en Él que nos lleve a tener la vida divina de Aquél que se ha dignado compartir nuestra condición humana”. Ese “maravilloso intercambio que nos salva”, como dice también la liturgia.
Seamos como Jesús nos pide. Dios es imitable y ahí están sus mandatos, sobre todo el mandato del amor al prójimo. Y ahí está su enseñanza: las bienaventuranzas. Jesús nos ha venido a darnos una manera de vivir, pero antes nos ha cambiado. Ya no podemos decir que Dios no es imitable. Dios es imitable. Y es lo que han hecho los santos, cada uno pareciéndose a Jesús de una manera y siendo su condición, su época, su edad distinta, pero todos han intentado parecerse a Jesús. Y a eso estamos llamados nosotros.
Que en este día agradezcamos de manera especial a María y a José en ese Misterio que se nos representa en los Belenes y que gracias a Dios todavía en nuestras casas están presentes, y cómo vienen tantos niños en la luz de Belén a encender, aquí, en la luz traída de Belén, para después encenderla en sus belenes en Granada.
Queridos amigos, vivamos la tradición cristiana de la Navidad. No nos paganicemos. No olvidemos el sentido profundo de estos días que nos llenan de alegría y de paz. La alegría y la paz que pedimos para nuestras familias, para nuestro mundo, ahora y siempre.
Por tanto, queridos amigos, feliz Navidad. Feliz Navidad a los que venís habitualmente a la celebración dominical a esta misa en la catedral. Feliz Navidad a los que os encontráis de paso estando estos días en Granada, disfrutando de nuestra maravillosa ciudad. Feliz Navidad a todos. ahora y siempre. Y lo mejor en el año que va a comenzar. Terminaremos el próximo domingo, y todas las diócesis del mundo, el año jubilar del 2025 aniversario del nacimiento de nuestro Señor Jesucristo. El Papa lo cerrará el día 6, fiesta de la Epifanía del Señor. Nosotros, repito, lo haremos el próximo domingo día 28. Os espero.
Y vivamos este tiempo y siempre como peregrinos de esperanza, como quería el Papa Francisco y ha renovado el Papa León.
Así sea.
+ José María Gil Tamayo
Arzobispo de Granada
25 de diciembre de 2025
S.A.I Catedral Metropolitana de Granada
The post “El Señor realmente está con nosotros” first appeared on Archidiócesis de Granada.