Elaborado por la Pastoral Bíblica.
La liturgia de la Palabra del V Domingo de Pascua nos invita a poner nuestra atención en la Iglesia, en su misión en medio del mundo amando como Jesús amó, en su condición universal y en su esperanza última. Celebramos este domingo un momento eclesial muy importante porque hoy el Papa León XIV celebra la eucaristía de inicio de su Pontificado. Oremos de manera especial por el Santo Padre, por sus intenciones y por su fecundo ministerio.
Les contaron todo lo que Dios había hecho con ellos
Continuamos leyendo los primeros pasos misioneros de la Iglesia narrados en Hechos de los apóstoles. La primera lectura de este domingo recoge el relato final del primer viaje misionero de Pablo y Bernabé, enviados por la comunidad de Antioquía. Al finalizar su viaje, los misioneros comprueban que los frutos han sido muchos, y están convencidos de que todo lo que ha acontecido es obra de la acción de Dios sobre ellos mismos y sobre los paganos a los que “se les habían abierto las puertas de la fe”. El sorprendente resultado no deja indiferentes a los misioneros que se sienten obligados a testimoniar la acción de Dios y, por ello, comunican a toda la Iglesia cómo Dios guía la historia y cómo va ofreciendo su salvación a todos.
La Iglesia camina en la historia con esperanza, anhelando un tiempo nuevo sin llanto, sin lágrimas, sin luto, buscando, en definitiva, que la novedad de Dios alcance a todos. Por ello, en la segunda lectura leemos cómo la comunidad eclesial es presentada como una novia que, al final de su noviazgo, espera su matrimonio. La Iglesia está llamada a ser, como una ciudad de puertas abiertas, la morada de Dios y el lugar de comunión entre Dios y la humanidad.
Como yo os he amado
En todo tiempo y en todo momento la Iglesia conserva el mandato de Jesús. El mandamiento nuevo que leemos en el evangelio de hoy es el testamento que Jesús deja a sus discípulos. El texto pertenece al conocido discurso de despedida o del adiós que leemos en el cuarto evangelio (Jn 13-17). Jesús sabe que ha llegado su hora de partir de este mundo al Padre y comparte con sus discípulos sus confidencias; entre ellas, les deja el mandamiento del amor que se convertirá en la seña de identidad de todo discípulo de Jesús (Jn 13,35).
La insistencia joánica sobre la novedad del mandamiento nos invita a poner los ojos en Jesús. En los evangelios leemos un mandamiento sobre el amor que tiene por criterio la capacidad personal de amar. El amor al prójimo se mide desde el amor a uno mismo (cf. Mt 22,39). En cambio, la novedad joánica del mandato del amor reside en el mismo Jesús. Él es la medida del amor. Es necesario saber cómo ama él para poder amar como él. El evangelista ya había dedicado un versículo a mostrar la forma de amar del Maestro. Juan introduce la segunda parte de su evangelio enunciando que Jesús amó durante su vida y que, al final de ella, amó hasta el extremo, hasta dar la vida por ellos (cf. 13,1). El extremo del amor se convierte así en la norma del amor del seguidor de Jesús. Un amor que es donación total de sí mismo en beneficio de otros, por tanto, un amor que no sabe de cálculos, ni de intrigas, ni de intereses personales porque solo busca reproducir el modo con que Jesús amó.
Este amor no caduca. Es siempre nuevo. En 1Jn 2,7-8 se recuerda que todos los cristianos hemos recibido este mandamiento desde el principio, cuando cada uno comenzamos a conocer al Señor Jesús. Ahora bien, el mandamiento es siempre nuevo porque se hace nuevo en la vida de cada uno de los discípulos de Jesús que, iluminados por su modo de hacer, ponen todo de sí para amar como él amó.
La Palabra hoy
Vivimos en tiempos sedientos de novedad. Todo lo nuevo acapara nuestra atención y nuestros deseos. Valoramos la realidad en virtud de la novedad que encontramos en ella. Pero, igualmente, nos desencantamos ante la fugacidad de lo nuevo que generamos. Escuchamos noticias que duran minutos porque se solapan con otras más recientes, accesorios que son de última generación y que caducan en meses… vivimos en la cultura “clínex”: usar y desechar. Nos fascina lo nuevo y nos desencanta la rapidez con que deja de serlo. Ante esta dinámica, el mandamiento nuevo nos presenta una realidad permanente nueva que tiene sus raíces en lo que permanece para siempre: el amor de Jesús. ¿Seremos capaces de encarnar la novedad del mandamiento de Jesús?
Ignacio Rojas Gálvez, osst
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