Homilía en la Eucaristía del domingo XIV del Tiempo Ordinario, por el arzobispo Mons. José María Gil Tamayo, el 6 de julio de 2025.
Queridos sacerdotes concelebrantes y diácono,
Queridos hermanos y hermanas, que en este domingo del mes de julio estáis de visita en nuestra Catedral para celebrar el domingo la Santa Misa del domingo,
Hemos escuchado la Palabra de Dios. Pero antes ha habido una oración, que es la oración colecta, la que se repite en todas las celebraciones litúrgicas de este domingo desde ayer por la tarde. Es la oración colecta, se llama así porque recoge todas las oraciones de los fieles y las sintetiza como intención especial en esa oración. Y es lo que hemos pedido y le pedimos al Señor en todas las celebraciones. Os digo, en todas las misas en el mundo. Luego es un deseo común de la Iglesia en este domingo.
¿Y qué le hemos pedido? Hemos dicho al Señor Oh Dios, que por la humillación de tu Hijo, has levantado la humanidad caída. Concédenos una santa alegría. Y a los que han sido liberados de la esclavitud del pecado, concédeles los gozos eternos. Se ha hablado de alegría y de gozo. De alegría, que es necesaria. Y luego hemos escuchado en la primera lectura el texto del libro de Isaías, que también en la literatura profética del Antiguo Testamento piensan, imaginan y anuncian los tiempos del Mesías como unos tiempos de alegría, de festivos.
En este caso, con esa alegría de la vuelta a la tierra prometida, esa alegría en que serán convocados todos los pueblos. Esa alegría de la vuelta del destierro, inmediatamente para el profeta. Pero también los tiempos mesiánicos. La alegría. La alegría de aquellos a los que Jesús envía en el Evangelio. Esos 72 discípulos que nos dicen que vuelven con alegría y le cuentan al Señor que hasta los espíritus se les someten en su nombre.
En esa primera misión en la que Jesús envía 72 discípulos suyos a anunciar el Reino de Dios, y ese reino de Dios va inseparable del misterio y del anuncio de la paz como gran don. Cuánto necesitamos nosotros también anunciar y pedir la paz para nuestro mundo. Esa paz que solo puede darnos Jesucristo. Por tanto, en este domingo tenemos que pedir especialmente el don de la alegría, del gozo, de la paz.
Esa alegría, ese gozo y esa paz que son frutos del Espíritu Santo. Pero en la vida cristiana no hay alegría sin cruz. Por eso San Pablo nos dice que él no se gloría en otra cosas sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo. Es lo que hemos escuchado en la segunda lectura. Y llega a decir que esos signos de la cruz, esos signos de Cristo crucificado, los lleva en su propia carne.
Incluso algunos santos, San Francisco de Asís, por ejemplo, llevaban esas señales en los estigmas en su propio cuerpo. Con lo que quiere decirnos que el cristiano y la cruz son inseparables. Y la alegría forma parte del camino cristiano. El camino cristiano no es un camino de apesadumbrados. No podemos ir por el mundo como pidiendo el pésame por nuestra condición de cristianos.
La alegría, el gozo de vivir como Dios manda, de amar a Dios y amar a los demás, de ser sembradores de paz y de bien, en definitiva, de anunciar el Reino de Dios con nuestra Palabra y sobre todo, con el testimonio de nuestra vida. La vida en gracia, en definitiva, vivir en gracia de Dios nos tiene que dar paz y serenidad en un mundo triste.
Eso sí, muy divertido. Pero en un mundo donde la alegría se ha puesto en el gozo efímero de las cosas, en el tener, en un mundo efímero como el nuestro, donde la alegría y el gozo se pone en el disfrutar en la satisfacción de placeres, en el puro divertimento. De tal manera que cuando aparece el dolor, aparece la enfermedad que forma parte de la condición cristiana, la debilidad en el ser humano por la pérdida de sus fuerzas, del vigor. O cuando aparece colectivamente en nuestro mundo desgracias. Aparecen las guerras, aparece la violencia, aparece la contradicción en mayúscula y en mayúsculas y el mal, aparecen las epidemias.
Nos venimos abajo porque hemos puesto nuestra felicidad y nuestra alegría solo en las cosas materiales. Claro que las cosas materiales las necesitamos y nos producen satisfacción y bienestar. Claro que las tenemos que tener y no podemos dejar a nadie fuera.
Y no puede haber esa gran brecha entre unos pocos y la multitud. No, tenemos que hacer un mundo justo, pero no podemos cifrar nuestra alegría y nuestra felicidad simplemente ciertas cosas, simplemente en tener medios de vida sin más. El ser humano necesita al mismo tiempo razones por las que vivir. Y son esas razones profundas las que producen el gozo.
Las que producen la alegría que no se quita y que se sabe sobreponer cuando viene el dolor. Cuando ves un enfermo con fe, un cristiano con fe que en medio del dolor, del sufrimiento ofrecido y unido al sufrimiento redentor de Cristo, vive con alegría. Es la manifestación más visible de que la cruz es el camino del cristiano.
La cruz, para un cristiano ya no es la desesperación, ya no es el horror. La cruz para un cristiano se ha convertido en un instrumento salvador. Adoramos Cristo, tu cruz. Tu cruz, porque de ella salvaste al mundo y es señal del cristiano. ¿Por qué? Porque en ella nos redimió Cristo, decimos en el Catecismo.Luego, queridos hermanos la cruz, de una manera o de otra, el sufrimiento, el dolor, la enfermedad, la contradicción, la soledad o todo esa ristra que lo que consideramos males van a aparecer en la historia de cada ser humano.
O los aceptamos con un sentido cristiano y sabemos descubrir la alegría de sabernos salvados, de sabernos queridos por Dios. Y este no es un contento para tontos. Esto no es un opio del pueblo. Esto es puro cristianismo. San Pablo nos lo ha dicho, se gloría en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, en la cruz yo estoy crucificado para el mundo y el mundo para mí.
Luego, en este domingo, al pensar en la alegría y al pedirle al Señor la alegría, pensemos esto alegría y cruz. San José María Escrivá decía “En alegría ningún día sin cruz”. ¿Y la alegría cristiana, de qué depende? De tener a Dios. Cuando estamos vacíos, cuando Dios no está en nuestro presente, en nuestra vida, cuando no vivimos como Dios manda, aflora la tristeza, el vacío.
En cambio, cuando tenemos a Dios… Jesús en el Evangelio decía a los discípulos Dichosos vosotros, porque veis y oís lo que muchos justos desearon ver, y no vieron, y oír, y lo oyeron. ¿Por qué son dichosos los apóstoles? ¿Porque sean ricos, porque tengan poder, porque sean sabios? Son dichosos porque tienen a Jesús. Los magos se alegran al ver la estrella de nuevo. Es la alegría de encontrarse con el Resucitado también, como nos narra el Evangelio, los discípulos se alegraron de ver al Señor.
Luego, tener al Señor es tener la alegría profunda que no la quita el dolor ni la quita el sufrimiento. Es la alegría de la Virgen. Alégrate, María, llena de gracia, el Señor está contigo. Es la alegría que nos da María, la que el pueblo cristiano la llama causa de nuestra alegría.
¿Y por qué es la causa de nuestra alegría? Porque nos has dado a Jesús. Muéstranos a Jesús, el fruto bendito de tu vientre. Queridos amigos, en este domingo de julio, en que pedimos que haya responsabilidad en el tráfico, que tanta gente que está viajando sea responsable, piense en su vida y en la vida de los demás con los que se cruza en las carreteras y en las autopistas.
Sean cuidadosos, con sentido de responsabilidad. Pedimos que el Señor nos dé la alegría y el gozo, como hemos dicho en la oración colecta, la santa alegría y al mismo tiempo, a los que nos ha liberado del pecado, de la esclavitud del pecado, nos conceda un día alcanzar la felicidad eterna.
Se lo pedimos a la Virgen “Haznos dignos de alcanzar las promesas de nuestro Señor Jesucristo”.
Amén.
+ José María Gil Tamayo
Arzobispo de Granada
6 de julio de 2025
S.A.I Catedral de Granada
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