Fiesta de la Presentación del Señor

Comentario bíblico del evangelio del domingo 2 de febrero de 2025.

Celebramos este domingo la fiesta de la Presentación del Señor en el Templo conocida popularmente como la Candelaria. Han pasado cuarenta días desde la celebración de la Navidad y recordamos la manifestación de Dios a la humanidad por medio del Verbo hecho carne. Caminemos con nuestras luces encendidas confesando que Jesús, luz para alumbrar a las naciones, es quien ilumina nuestro caminar.

Entra en el Templo y en el tiempo

La llegada del Señor, la entrada en el santuario, el ritual de purificación y la espera de la humanidad son los grandes temas de la liturgia de la Palabra de esta fiesta. En la primera lectura, Malaquías profetiza que el Señor entrará en su santuario y con su mirada transformará a quienes le buscan y se alegran de su presencia. El profeta pone el acento en la acción purificadora de la presencia del Señor: el fuego de fundidor, la lejía de lavandero, el refinar la plata y el acrisolar. Todos ellos son términos y expresiones pertenecientes al campo semántico de la purificación.

Junto a esta dimensión, la profecía añade otro elemento ritual: el ofrecimiento de un sacrificio adecuado. El Señor habita en su templo; es imprescindible disponerse interiormente para encontrarse con él ofreciendo lo que somos y tenemos. En esta misma clave, entonamos el salmo 23 que es un canto de victoria que invita a alzar los dinteles para permitir el acceso al Señor.

En Navidad hemos celebrado la encarnación del Hijo de Dios. En la segunda lectura, el pasaje de Hebreos alude a la humanidad de Jesús para subrayar el valor único de su mediación. Por su condición humana, Jesús es hermano solidario. Mediante su muerte triunfa definitivamente sobre la muerte y libera de la esclavitud a los que vivían bajo el miedo a la muerte. Jesús es mediador entre Dios y la humanidad, sacerdote fiel y misericordioso con relación a Dios y mediador ante él pueblo. Capaz de entender el sufrimiento humano, compasivo porque “tenía que parecerse en todo a sus hermanos”. De este modo, Jesús entra en el tiempo y auxilia a los que son tentados, porque “él mismo ha padecido sufriendo la tentación”.

Mis ojos han visto a tu Salvador

Leemos hoy el pasaje evangélico de la presentación de Jesús en el Templo que es el primer final de los relatos de la infancia en el evangelio de Lucas. El texto retoma los temas que hemos señado anteriormente: purificación, ofrenda, entrada en el Templo. El marco narrativo del texto nos sitúa ante tres acontecimientos prescritos por la ley (Lv 12,3-8): la purificación de María después del periodo exigido tras el parto, la presentación del niño al sacerdote y el ofrecimiento de una ofrenda adecuada según los posibles de la familia. Como acabamos de leer en Hebreros el cumplimiento de la ley es un claro ejemplo de que: “tenía que parecerse en todo a sus hermanos”.

Lo singular del hecho acontece cuando entran es escena dos personajes inesperados: el justo Simeón y la profetisa Ana. La presencia del niño en el Templo da cumplimiento a sus anhelos. Ambos ven en el niño al Salvador esperado. Simeón es un hombre del Espíritu, que acoge la revelación del Espíritu y que se mueve por la acción del Espíritu. Esta docilidad le permite reconocer a Jesús, luz de las naciones; si bien, vislumbra que el camino de salvación será dificultoso para el niño, destinado a ser signo de contradicción, y para la madre, pues su corazón será atravesado por una espada. Ana, servidora de Dios, representa la combinación de la alabanza y el anuncio. El reconocimiento de la acción de Dios y el testimonio de su presencia salvadora a todos los que esperaban un liberador.

Ver al Salvador, reconocerlo como luz de nuestras vidas, alabar a Dios por su presencia entre nosotros y anunciarlo a todos son algunas de las claves con las que esta fiesta nos invita a dinamizar nuestra vida cristiana.

La Palabra hoy

En este día la liturgia nos invita a llevar pequeñas velas y caminar juntos iluminados por sus llamas. La luz ilumina, da calor, posibilita la visión, pone al descubierto lo imperceptible, abre el camino, clarifica… Poner luz es abrirse a la posibilidad de una vida renovada. Hoy confesamos que nuestra luz es Cristo. Nuestras velas son un pequeño signo de que reconocemos su presencia salvadora, como lo hizo Simeón, y de que queremos alabarlo y anunciarlo, como lo hizo Ana.

Caminar tras Cristo luz nos compromete a iluminar los conflictos de nuestro mundo, de nuestra vida, de nuestras comunidades…. Oremos hoy con San Francisco: “Señor, donde haya tinieblas, ponga yo la luz”.

Ignacio Rojas Gálvez, osst

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