Catequesis del Papa Francisco sobre la pasión por la evangelización y el celo apostólico

VATICANO, 11 Ene. 23 (ACI Prensa).-
Entrando en el tiempo ordinario del tiempo litúrgico, el Papa Francisco comenzó su ciclo de catequesis sobre “la pasión por la evangelización y el celo apostólico del creyente”, donde reflexionó sobre la conversión de Mateo. 

A continuación, la catequesis completa del Papa Francisco:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!  

Empezamos hoy un nuevo ciclo de catequesis, dedicado a un tema urgente y decisivo para la vida  cristiana: la pasión por la evangelización, es decir el celo apostólico. Se trata de una dimensión vital para  la Iglesia: la comunidad de los discípulos de Jesús de hecho nace apostólica, misionera, no proselitista, algo que desde el inicio tenemos que distinguir. No tiene nada que ver una cosa con la otra.

El Espíritu Santo la plasma en salida, para que no se doble sobre sí misma, sino que sea extrovertida, testigo contagiosa de  Jesús, la fe se contagia, llegando a irradiar su luz hasta los confines de la tierra. Pero puede suceder que el ardor apostólico,  el deseo de alcanzar a los otros con el buen anuncio del Evangelio, disminuya. A veces parece eclipsarse. Son cristianos cerrados que no piensan en los otros.

Pero cuando la vida cristiana pierde de vista el horizonte del anuncio, se enferma: se cierra en sí misma, se vuelve autorreferencial, se atrofia. Sin celo apostólico, la fe se marchita. Sin embargo, la  misión es el oxígeno de la vida cristiana: la tonifica y la purifica. Emprendemos entonces un camino al  descubrimiento de la pasión evangelizadora, empezando por las Escrituras y la enseñanza de la Iglesia,  para obtener de las fuentes el celo apostólico.

Después nos asomaremos a algunas fuentes vivas, a algunos  testimonios que han encendido de nuevo en la Iglesia la pasión por el Evangelio, para que nos ayuden a  reavivar el fuego que el Espíritu Santo quiere hacer arder siempre en nosotros. 

Quisiera empezar por un episodio evangélico de alguna manera emblemático: la llamada del  apóstol Mateo, que hemos escuchado, así como él mismo lo cuenta en su Evangelio (cfr 9,9-13).  Todo empieza por Jesús, el cual “ve” – dice el texto – «un hombre». Pocos veían a Mateo tal y  como era: lo conocían como aquel que estaba «sentado en el despacho de impuestos» (v. 9). 

De hecho,  era un recaudador de impuestos: es decir, uno que recaudaba tributos de parte del imperio romano que  ocupaba Palestina. En otras palabras, era un colaboracionista, un traidor del pueblo. Podemos imaginar el  desprecio que la gente sentía por él: era un “publicano”. Pero, a los ojos de Jesús, Mateo es un hombre,  con sus miserias y su grandeza. Estar atentos a esto, Jesús no se queda en los adjetivos, siempre busca los sustantivos, Jesús va a la persona, a la sustancia, al sustantivo, nunca al adjetivo, deja pasar los adjetivos. 

Y mientras entre Mateo y su gente hay distancia,porque ellos veían el adjetivo, “publicano”, Jesús se acerca a él,  porque todo hombre es amado por Dios. ¿También este desgraciado? sí, de hecho, él ha venido por este desgraciado. Lo dice el Evangelio: “Yo he venido por los pecadores, no por los justos”.

Esta mirada de Jesús que es bellísima, que ve al otro, sea quien sea, como un destinatario  de amor, es el inicio de la pasión evangelizadora. Todo parte de esta mirada, que aprendemos de Jesús. Podemos preguntarnos: ¿cómo es nuestra mirada hacia los otros? ¡Cuántas veces vemos los  defectos y no las necesidades; cuántas veces etiquetamos a las personas por lo que hacen o piensan! También como cristianos nos decimos: ¿es de los nuestros o no es de los nuestros? Esta no es la mirada  de Jesús: Él mira siempre a cada uno con misericordia y predilección. Y los cristianos están llamados a  hacer como Cristo, mirando como Él especialmente a los llamados “alejados”. De hecho, el pasaje de la  llamada de Mateo se concluye con Jesús que dice: «No he venido a llamar a justos, sino a pecadores» (v.  13). Y si cada uno de nosotros se siente justo, Jesús está lejos. Jesús se acerca a nuestras limitaciones, nuestras miserias, para curar.

Por tanto, todo empieza por la mirada de Jesús, que ve un hombre. A esto le sigue – segundo paso – un movimiento. Mateo estaba sentado en el despacho de los impuestos; Jesús le dijo: «Sígueme». Y él «se levantó y le  siguió» (v. 9). Notamos que el texto subraya que “se levantó”. ¿Por qué es tan importante este detalle?  Porque en esa época quien estaba sentado tenía autoridad sobre los otros, que estaban de pie delante de él  para escucharlo o, como en ese caso, para pagar el tributo. Quien estaba sentado, en resumen, tenía poder. 

Lo primero que hace Jesús es separar a Mateo del poder: del estar sentado recibiendo a los otros le  pone en movimiento hacia los otros; No recibe, va adelante, le hace dejar una posición de supremacía para ponerlo a la par con  los hermanos y abrirle los horizontes del servicio. Esto hace Cristo y esto es fundamental para los cristianos: nosotros discípulos de Jesús, nosotros Iglesia, ¿estamos sentados esperando que la gente venga  o sabemos levantarnos, ponernos en camino con los otros, buscar a los otros? Es una posición que no es cristiana, decir “que vengan, yo estoy aquí”. No, ve tú a buscarlo, da tú el primer paso. 

Una mirada, Jesús vive, un movimiento, se levanta y, finalmente, una meta. Después de haberse levantado y haber  seguido a Jesús, ¿dónde irá Mateo? Podríamos imaginar que, cambiada la vida de ese hombre, el Maestro  le conduzca hacia nuevos encuentros, nuevas experiencias espirituales. No, o al menos no enseguida. 

En  primer lugar Jesús va a su casa; ahí Mateo le prepara «un gran banquete», en el que «había un gran  número de publicanos» (Lc 5,29). Eso es, gente como él. Mateo vuelve a su ambiente, pero vuelve cambiado y con Jesús. Su  celo apostólico no empieza en un lugar nuevo, puro e ideal, sino ahí donde vive, con la gente que conoce.  

Este es el mensaje para nosotros: no debemos esperar ser perfectos y tener hecho un largo camino  detrás de Jesús para testimoniarlo; nuestro anuncio empieza hoy, ahí donde vivimos. Y no empieza  tratando de convencer a los otros, sino testimoniando cada día la belleza del Amor que nos ha mirado y  nos ha levantado. 

Y será esta belleza, comunicar esta belleza, lo que convencerá a la gente. No nosotros, el mismo Jesús. Nosotros somos aquellos que anuncian al Señor, no nos anunciamos a nosotros mismos ni anunciamos un partido político, una ideología, no, Jesús. Ponemos en contacto a Jesús con la gente. Sin convencerlos, dejemos que el Señor les convenza. Como de hecho nos ha enseñado el Papa Benedicto, «la Iglesia no hace proselitismo.  

Crece mucho más por “atracción” No olvidéis esto. Cuando vosotros veáis cristianos que hacen proselitismo, que te hacen una lista de gente para venir, estos no son cirstianos. Son paganos disfrazados de cirstianos, pero con el corazón pagano. La Iglesia crece no por proselitismo, crece por atracción.

Una vez, recuerdo que en el hospital de Buenos Aires, se fueron las monjas que trabajaban ahí porque eran pocas y no podían llevar adelante el hospital. Y vino una comunidad de monjas de Corea, y llegaron un lunes, por ejemplo. Se hicieron con la casa de las monjas del hospital y el martes fueron a visitar a los enfermos del hospital. No hablaban una palabra de español, solamente hablaban coreano. Los enfermos estaban felices, porque comentaban qué buenas estas monjas. “Pero, ¿qué te ha dicho la monja?”, “nada, pero me ha hablado con la mirada”. Han comunicado a Jesús, no a sí mismas. Con la mirada, con los gestos. Comunicar a Jesús, no a nosotros mismos. Esto es la atracción, contrario al proselitismo. 

Este testimonio atractivo y  alegre es la meta a la que nos lleva Jesús con su mirada de amor y con el movimiento de salida que su Espíritu suscita en el corazón. Nosotros podemos pensar si nuestra mirada se parece al de Jesús, para atraer a la gente, para acercarlos a la Iglesia. Pensemos en esto. Gracias. 


 

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